EL SENTIMENTALISMO
"La
experiencia de la vida —dice Enrique Rojas — es siempre dolorosa y difícil.
Cualquier biografía está surcada por cordilleras de obstáculos y frustraciones.
Asomarse a la vida ajena es descubrir sus desgarros, las señales de la lucha
con uno mismo y con su entorno, pero también la grandeza del esfuerzo por salir
adelante, por eso que se llama vivir. La vida es un forcejeo permanente con las
adversidades, un intento por solucionar las dificultades, apoyado por el amor y
el trabajo".
Cualquier
historia personal pasa por momentos de dolor, y lo habitual es que sean frecuentes
y que llenen la vida de cicatrices que van curtiendo al hombre. Pretender que
la vida transcurra sin penalidades ni agobios de ninguna clase, es una
ingenuidad. Por eso, cuando para actuar queramos esperar siempre a la llegada
de sentimientos favorables, nos exponemos a entrar en una dinámica de gran
dependencia de los estados de ánimo; sería como un cándido deseo de prolongar
indefinidamente las diversiones y la falta de responsabilidad infantiles.
La persona
sentimental se siente casi incapaz de sacrificarse por algo que no suponga un
beneficio a muy corto plazo: no se pondrá seriamente a estudiar un examen hasta
poco antes del día fijado; para que consiga leer un libro tendrá que ser muy
entretenido desde las primeras páginas; para animarse a hacer cualquier plan,
tiene que apetecerle muchísimo; si una relación de amistad o de convivencia
pasa por algún altibajo, probablemente no sepa superarlo.
No será capaz de
continuar en cuanto unas nubes de tormenta emborronen un poco el horizonte.
"Parece como si el sentimiento hubiese ocupado en esas personas el lugar
de la facultad de pensar. En vez de razonar, de entender..., ellos sienten.
Sólo puede convencerles lo que agrade sus sentimientos".
A golpe de
sentimiento no se puede edificar.
—Por lo que
dices, parece como si el ideal fuera ser persona sin sentimientos, estoica,
espartana, sin corazón...
Hay que encontrar
un equilibrio entre este extremo y su contrario. Tan peligroso es el hombre
frío, racional y sin sentimientos, como aquél que es todo un monumento al
sentimentalismo romántico. Es un equilibrio difícil, pero del que depende en
mucho el acierto en el vivir.
Ante el peligro
del sentimentalismo, la primera reacción podría ser de rechazo de los
sentimientos. Sin embargo, está comprobado que sin la ayuda de los sentimientos
bien orientados, el intelecto es débil frente al ambiente. No se trata, pues,
de prescindir de ellos, sino de saber encauzarlos.
"Por cada
persona que necesita ser protegido de un frágil exceso de sensibilidad —dice
Lewis— hay tres que necesitan ser despertados del letargo de la fría
mediocridad. La correcta precaución contra el sentimentalismo es la de inculcar
sentimientos adecuados. Un corazón duro no es protección infalible si va
acompañado de una mente débil".
No se trata,
pues, de ser frío, ni calculador, ni deshumano. Para educar la propia
afectividad hay que cultivar esos sentimientos de persona de buen corazón y
profundamente humana; que desea ayudar a quien lo necesita, consolar al que
está triste, acompañar al que ha sido despreciado, perdonar a ése que le
ofendió, querer a todos; que se siente afectado por el sufrimiento de los
demás, que comprende, que perdona.
Y conviene también poner entusiasmo en las cosas. Las pasiones —hemos dicho— no son malas, si las sabemos orientar hacia el bien, si están bajo el señorío del entendimiento: hemos de soñar, aunque sin ser soñadores; saber encontrar ilusiones en las cosas de cada día, pero sin ser ilusos ni irreflexivos. Se trata de que las cosas no se hagan sólo por ilusión o sólo por entusiasmo: el entusiasmo no puede ser el motor, sino una valiosa ayuda, como una vela que nos empuja cuando el viento sopla a favor, pero de la que no podemos depender en exclusiva.
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